En el Libro de Memorias de José Velasco García (1809-1854) se nos dice que en 1819 se celebró "la feria primera de la Piedad" (véase, Francisco Zarandieta Arenas y Tobías Medina Cledón: La Virgen de la Piedad y Almendralejo. Cinco siglos de una convivencia amorosa, Almendralejo, Santuario de Nuestra Señora de la Piedad, 2008, p. 124), por lo que en 2018 celebraremos el segundo centenario de este acontecimiento. Para conmemorarlo, recordaremos, entre otros textos, los artículos firmados por este cronista en las revistas de feria en los últimos treinta y siete años.

II. Francisco Zarandieta Arenas: "Almendralejo de aldea a villa", Ferias de la Piedad y XVI Fiestas de la Vendimia, Almendralejo, 1988.

Cartela Carlos Vw10

 El 23 de diciembre de 1536 Carlos I firmaba en Tordesillas el Privilegio de Villazgo para Almendralejo, apartándola y eximiéndola de la jurisdicción de la ciudad de Mérida y haciéndola villa, dueña de su propia jurisdicción.

Aunque en el término actual de Almendralejo se han encontrado restos que atestiguan la presencia de grupos humanos desde los tiempos más antiguos, hasta la época medieval no va a aparecer una entidad de población que lleve este nombre.

Almendralejo, como tal, debió surgir como consecuencia de la actividad repobladora de los vecinos emeritenses en el amplio término que tras la reconquista de Mérida en 1230 se le adjudica a esta ciudad.

Esta repoblación en pequeños núcleos o aldeas se incrementaría en la segunda mitad del siglo cuando Mérida y su tierra pasan a depender totalmente de la Orden de Santiago y amenazan con extender su término a costa del vecino de Badajoz.

En los documentos que han llegado hasta nosotros la primera vez que aparece nombrado Almendralejo es en una carta privilegio concedida a Mérida por el Maestre de la Orden en el año 1327.

Allí se cita a Almendralejo y a otros lugares como aldeas dependientes de Mérida, que carecen de poder jurisdiccional, les deben obediencia y tienen que pagarle tributos.

A comienzos del siglo XVI esta situación ha variado muy poco. Sólo ha conseguido Almendralejo la facultad jurisdiccional en las causas civiles de hasta trescientos maravedíes, pero no pueden juzgar causas criminales y siguen sujetos a tributos y servidumbres. Cada vecino debe entregar una fanega de cebada al año y en las obras públicas de la ciudad, como reparación del puente romano o la construcción de fuentes, tienen que enviar obreros o pagar el equivalente en dinero.

Esta dependencia, ya en el primer tercio del siglo XVI, comienza a pesar sobre Almendralejo que se resiste y pleitea constantemente sobre ello. La aldea se ha enriquecido, ha aumentado su población y ocupa una posición importante en la Provincia de León de la Orden santiaguista.

Son continuas las desobediencias de las autoridades del lugar de Almendralejo que no dudan en afrontar condenas económicas o el destierro por usar distinto sello del de Mérida, juzgar en causas de mayor cantidad que la permitida o intentar darse ordenanzas.

Las negociaciones para conseguir la ansiada independencia jurisdiccional se llevaron a cabo con gran sigilo para no despertar sospechas en la ciudad emeritense que lógicamente no estaba dispuesta a perder a casi quinientos vecinos contribuyentes.

Estos deseos y estas peticiones al Rey debieron avivarse en 1526 cuando Carlos I, en su ruta de Toledo a Sevilla para desposarse en el Alcázar de esta ciudad con la infanta portuguesa Dª Isabel, llegó a Almendralejo el domingo 4 de marzo procedente de Mérida. Aquí cenó y pernoctó y al día siguiente después de comer marchó con su numeroso séquito hacia Los Santos. También unas semanas antes, la novia había hecho jornada de descanso en Almendralejo en su camino de Elvas a Sevilla.

Pasan unos años. El Emperador necesita dinero. En 1535 acaba de conquistar Túnez y quiere organizar una campaña general contra los turcos, pero los franceses han invadido Piamonte y ha de comenzar una nueva guerra contra ellos. Almendralejo le ofrece un servicio de 6500 ducados de oro a cambio del Privilegio de Villazgo, y éste tiene lugar por obviar además los grandes inconvenientes que padecían los vecinos en salvar las cuatro leguas que los separaban de los tribunales de justicia emeritenses. Mérida se resistió pero no fue tan generosa en sus ofrecimientos, que a la postre decidieron.

La villa de Almendralejo agradecida colocó tres años después en su renovado templo parroquial, en uno de los contrafuertes del ábside, el escudo imperial con una leyenda alusiva a las victorias del César:

Con estas armas vencidos
moros, turcos, luteranos
al yugo de los cristianos
serán todos sometidos.